
Bololó vuelve a la 50 con 50. Estas imágenes muestran un poco de lo que es un viernes de cumbiamba y fandango en Barrio Abajo. Un espacio fuera de época de carnaval en donde la cultura costeña se vive en todo su esplendor. El grupo de millo en el centro toca para las parejas y gozones que bailan formando un círculo a su alrededor. Ron y cerveza hacen olvidar el sudor.

El gaitero no puede más, al tamborero le duelen las manos, la voz no da más, pero no importa; entre el público hay incontables voluntarios que con gusto relevan a los cansados para garantizar que la fiesta se prolongue.
Es una rueda de cumbia urbana. El celular reemplaza a la vela como el objeto más brillante. No imperan los sombreros ni los machetes campesinos, pero si las gorras y las cámaras digitales. El pensamiento, la pinta de los participantes y los objetos alrededor del grupo de millo han cambiado, pero el sonido y el ritual son los mismos; los mismos gritos de sentimiento -Ueepaa!!- las mismas razas, la misma improvisación, manos o polleras en el aire, cadencias bajo la luna Barranquillera, la misma que ha alumbrado nuestras noches de cumbiamba por generaciones.
Creo que si hay algo que nos reconoce como costeños es el ritmo de nuestra música, creo que es inevitable no mover las piernas una vez oímos sonar un tambor, un guache o el sonido melodioso de una flauta de millo.
ResponderEliminarLa coquetería innata de los bailadores de cumbia creo que no la podría entender ningún extranjero hasta que no se baile una buena rueda de cumbia.
PD. ese día yo también estaba ahí, bailando, moviendo, cantando, sintiendo, vibrando.